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«La urbanidad no se puede planificar. Toma forma por sí misma»

Charlamos con el profesor Vittorio Magnago Lampugnani, Arquitecto y profesor emérito de historia del diseño urbano en el Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zúrich.

April 1, 2021

Profesor Lampugnani, usted lleva más de diez años abogando por la consolidación de nuestras ciudades. Ahora, ese proceso se está llevando a cabo en diversos lugares, sobre todo en Suiza como parte de la nueva Ley Suiza de Planificación Espacial. ¿Está satisfecho?

Vittorio Magnago Lampugnani: No mucho. En muchos lugares, la consolidación se utiliza como excusa para construir sobre parcelas de terreno sobrantes que son inadecuadas y están contaminadas. Hay excesos que van desde edificios de tamaño desproporcionado hasta horribles rascacielos y que evidencian la falta de planificación urbana. Y, con pocas excepciones, la consolidación no se está produciendo en el centro, sino en las áreas suburbanas, que es precisamente donde menos se necesita.

¿Por qué no es necesaria la consolidación en esas áreas?

Las áreas suburbanas ya son demasiado grandes y no deberíamos permitir que se extiendan aún más. Y porque no debemos seguir obligando a las personas a vivir donde no quieren.

¿Dónde quieren vivir entonces?

En el centro urbano, que es donde tienen la mejor infraestructura, las mejores tiendas y la mejor oferta cultural. Y los mejores trabajos, a los que pueden ir a pie, en bicicleta o en moto sin estar condenados a vivir la vida de la persona que va a trabajar todos los días desde las afueras.

¿De verdad todo el mundo quiere eso?

No, por supuesto que no. Sin duda hay personas que prefieren una casa en el campo y que están dispuestas a coger el tren o el coche una hora y media todos los días para ir a trabajar. Pero mucha gente —supongo que la mayoría— lo hace porque no tiene elección. Y eso es porque no pueden encontrar una vivienda en el centro o porque no se pueden permitir lo que encuentran.

Sin embargo, si se consolidan las ciudades, ¿no se volverán más inhóspitas y menos atractivas?¿A usted le parece que el centro histórico de Roma es inhóspito o poco atractivo?

Es dos o tres veces más denso que los distritos 5 y 6 de Zúrich, relativamente poblados, pero tiene una red de calles y plazas muy estrechamente entrelazadas que compensan con naturalidad las compactas dimensiones de los edificios. Zúrich no es Roma ni debería convertirse en una ciudad parecida a Roma, como tampoco deberían hacerlo Ginebra o Basilea. Lo que estoy intentando decir es que la consolidación en sí misma no es negativa. Depende de cuánto consolides y de cómo lo hagas.

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¿Cómo piensa que se debe llevar a cabo la consolidación?

No hay una receta sencilla, pero sí hay ejemplos. Durante nuestras investigaciones y análisis descubrimos que algunas zonas de Zúrich, como la que rodea la Idaplatz o la primera sección de la Scheuchzerstrasse, se han consolidado notablemente. Estábamos asombrados porque estas áreas tienen preciosos patios verdes, grandes balcones y galerías, frondosos jardines delanteros y espacios verdes. Sin embargo, los edificios están hábilmente diseñados y son colindantes, con lo que se logra una alta densidad. Además, hay que destacar que no solo tienen una alta densidad de edificación, sino que también tienen una elevada ocupación.

¿Cuál es la diferencia?

La densidad de edificación se refiere al área de suelo sobre la que se ha construido, mientras que la ocupación alude al número de personas que viven o trabajan en esa área. Aunque la densidad de edificación es, por supuesto, un requisito previo para la ocupación, es esta última la que resulta crucial. Al fin y al cabo, de nada sirve tener un gran número de apartamentos y oficinas si están infraocupadas o vacantes. Solo un gran número de personas hace que una ciudad sea urbana.

Todo el mundo habla ahora de «urbanidad». ¿Cómo la definiría?

Las ciudades se crearon para que las personas pudieran vivir juntas de la forma más ideal, productiva y placentera posible. En una ciudad queremos intercambiar ideas con otras personas, beneficiarnos de ellas, disfrutar de su presencia y construir una comunidad con ellas. Quizás incluso, como afirmó el filósofo David Hume en 1752, refinar nuestro carácter y nuestro comportamiento. Si hacemos todo eso, se crea urbanidad.

¿Cómo alcanzamos la densidad que crea urbanidad?

La urbanidad no se puede planificar. Toma forma por sí misma cuando establecemos las condiciones adecuadas, por ejemplo, cuando construimos barrios en las ciudades en lugar de asentamientos suburbanos. Esto quiere decir que en lugar de ciudades dormitorio uniformes, construimos conglomerados llenos de variedad. No barracones sin personalidad, insensiblemente erigidos unos junto a otros, sino casas que se complementan entre sí de tal forma que crean espacios hermosos y utilizables.

Todo eso parece factible y bastante obvio. ¿Por qué no se está haciendo?

Los códigos de edificación con los que tenemos que lidiar se redactaron en una época en la que el crecimiento era ilimitado. En muchos aspectos ahora están obsoletos. No tiene más que pensar en la ordenanza contra la contaminación acústica, que establece normas para residencias urbanas que son más apropiadas para el campo. Nos obligan a construir los apartamentos de espaldas a la calle, lo cual va en contra de cualquier forma de arquitectura urbana. Cuando se renuevan y reconvierten los edificios existentes, lo que actualmente es una de nuestras principales labores, estamos desarmados con las actuales leyes de edificación. Es más, hoy día, los procedimientos de asociación y participación en los que nos gusta basar la planificación urbana pueden conducir fácilmente a soluciones que queden diluidas. Al igual que la buena arquitectura, el buen diseño urbano precisa de una persona que respalde el proyecto con su capacidad, su conocimiento y su pasión.

Usted reclama calles y, por encima de todo, plazas locales donde las personas puedan pasar tiempo de calidad. ¿Por qué debería un inversor destinar terreno que es caro a espacios que no generan ninguna rentabilidad?

Porque es una equivocación asumir que no compensan financieramente. Al contrario: un parque o una plaza no son solo un regalo para la ciudad y el público; si son atractivos, incrementan sustancialmente el valor de los inmuebles circundantes. Antiguamente, los aristócratas británicos eran conscientes de ello cuando mejoraban sus fincas —que eran proyectos puramente especulativos— dotándolas de plazas ajardinadas. En la actualidad, estos jardines siguen siendo privados en su mayoría y solo los residentes tienen llave para acceder a ellos. Los apartamentos «miran» al espacio verde y se cobran unos alquileres astronómicos por ello.

¿Cree que hoy día es posible convencer a los inversores para que actúen de forma similar?

No solo lo creo; sé que es posible por mi trabajo como arquitecto. Hace ya mucho tiempo que a los inversores inteligentes no hay que convencerlos para que se involucren en una buena planificación urbana. De hecho, lo exigen, con la misma naturalidad con que exigen sistemas energéticos punteros y, cada vez más últimamente, edificios

¿No siempre han actuado así?

No. Durante mucho tiempo se consideró que los periodos de depreciación cortos y los edificios igualmente baratos eran un buen negocio. Afortunadamente, cada vez más inversores se están dando cuenta de que los edificios duraderos ofrecen mayores ventajas, sobre todo como inversiones a largo plazo. Son fáciles y baratos de mantener. Los inquilinos los prefieren y eso se traduce en arrendamientos estables. Son sostenibles en el mejor sentido de la palabra, porque reducen el consumo de la energía incorporada y, a diferencia de la arquitectura especulativa de usar y tirar, son adecuados para funcionar como componentes básicos de una ciudad que puede durar y, por tanto, crear identidad.

¿Sigue siendo hoy por hoy un ferviente defensor de la consolidación, ahora que la covid-19 exige distanciamiento social?

Sí. Si abandonamos la idea de la consolidación urbana, seguiremos destruyendo el paisaje de las áreas suburbanas, lo cual es la causa no solo de numerosos desastres ecológicos, sino también de la pandemia actual. Asimismo, si abandonamos el deseo de vivir como comunidades, perderemos no solo intimidad humana, sino también los cimientos de nuestra sociedad y de nuestra cultura y, junto con ello, perderemos gran parte de lo que anima nuestros corazones y hace que merezca la pena vivir la vida.

Entonces, ¿es usted optimista?

Construir siempre es un ejercicio de optimismo cuando implica más que la consabida satisfacción de necesidades. Debemos construir para lograr la vida que deseamos, no una que tengamos que soportar.

Profesor Vittorio Magnago Lampugnani